Para comenzar con esta lectura, primero pido de
su cooperación para que se imaginen todo como si les hubiera sucedido a
ustedes, lo que pretendo y espero conseguir es crearles un poquito de empatía
sobre mi sentir en las situaciones descritas a continuación y que en base a
ello me puedan compartir un poco de su criterio en la sección de comentarios,
dicho lo anterior, aquí vamos…
He escuchado de Cuba, muy poco la verdad: sé
que el sistema de Gobierno es Socialista, sé que allá vivió el Ché Guevara, he
escuchado acerca de Fidel Castro, sé que tiene un embargo con Estados Unidos, o
al menos lo tenía hasta el año pasado. Por comentarios de personas que ya han
ido, sé que es más barato que ir a Cancún, pero que está más “feito” …
Llego al aeropuerto a tiempo, no llevo mucho
equipaje puesto que sólo estaré 3 días en esa Isla por cuestiones laborales, me
acerco al módulo de atención a clientes y pido que se me venda una visa de turista
para ir a Cuba. Me explican el procedimiento de llenado de la información y me
describen brevemente el proceso migratorio de la Habana, todo suena sencillo y
sin contratiempos; pienso inclusive que será más rápido y ágil que entrar en
Estados Unidos.
Mientras espero 30 minutos más a que salga el vuelo,
bebo café y me imagino el “cómo será”, estoy emocionada por visitar un país
nuevo. Además de que esta visita promete mucho aprendizaje y desempeño laboral
que puedo adherir a mi Currículum en un futuro. Escucho el aviso de abordaje y ¡aquí
voy a una aventura más!
2 horas y 40 minutos después estamos
aterrizando en La Habana Cuba, que desde las alturas se percibe verde por todos
lados con algunos matices rojizos y de inmediato viene a mi mente que es el
color de la tierra, igual que en Paraguay o que en Tierras Coloradas en el
Estado de Hidalgo. Bajo del avión y lo primero que observo detenidamente es el
pasillo del aeropuerto, en tonos verde y rojo militar, bastante escueto, pareciera
que tiene una antigüedad de 60 años hasta que leo en la plaquita conmemorativa
que fue inaugurado en 1996. Sigo las indicaciones y llego directo a los puestos
de migración; lo siguiente que capta mi atención es el uniforme de todo el personal,
es completamente militarizado. Siento que estoy llegando a las bases de la
armada para alistarme en las fuerzas defensoras contra el “Imperialismo Yanqui”.
La fila avanza rápido, tengo la certeza que por
ser mexicana y morenita seré bien recibida. Llega mi turno y me toca una joven
con rasgos africanos bastante arraigados; revisa mis documentos, al parecer
todo en orden, me pide que me retire los anteojos (¡vaya! Anteojos, hace mucho
que no escuchaba esa palabra) y que mire fijamente a la cámara. ¡Listo! Ya sólo
hace falta que ponga el sello de entrada al pasaporte, comienza a ojear para
encontrar un espacio para el sello, cuando inesperadamente me pide que
retroceda y que espere en la línea, ¿hay algún problema? Le pregunto amigablemente
y de inmediato con voz de mando repite ¡Retroceda y espere en la línea! Otros
turistas voltean debido a la exaltación. Poco a poco la sala va quedando vacía
y soy la única persona que permanece en la línea de espera. Sin darme cuenta se
me acerca un oficial y me pide que lo acompañe, hasta ese momento ya comienzo a
ponerme nerviosa, siento que he sido descubierta por haber cometido alguna clase
de delito que aún no sé qué es…
El oficial en cuestión comienza a indagar de
manera serena toda mi información básica y la compara con los documentos de
viaje, durante el interrogatorio conservo la calma, contesto de forma tranquila
y clara a cada una de las preguntas… Súbitamente deja de ver mis documentos y señalándome
me pregunta de manera muy directa: ¿Porque usted ha viajado tantas veces a
Estados Unidos? -Por trabajo, contesto sin dudarlo; lamentablemente esta respuesta
desató muchas más preguntas y molestia del oficial, ya no era un interrogatorio
normal, era una especie de ataque a mi persona: ¿Por qué tú vienes? ¿Por qué tú
tienes señal cubana en el celular? ¿Vienes con tu dinero o quien te está
pagando? ¿Cuánto dinero traes? ¿Si hacemos una inspección a tu equipaje que
vamos a encontrar? ¿Por qué tú viajas sola? ¿Quién te está esperando? Fueron de
los peores 30 minutos de mi vida, obviamente ya contestaba con coraje más que
con miedo, en el pensamiento imploraba que ya no me dejaran pasar y me
regresaran a México, ¡Al diablo Cuba!
Finalmente, y después de haber anotado todas
mis respuestas en lo que pareciera una hoja de informe militar, me dejaron
pasar… Camino molesta a la salida y buscando la casa de cambio, lo único que
quiero es llegar al Hotel donde me hospedaré los siguientes días. Por mi
molestia, no encuentro la casa de cambio y decido preguntar en el módulo de
informes. Llego toda mal encarada y me atiende una señora de edad avanzada y
bastante sonriente, ¡¿Dónde está la casa de cambio?! Pregunto muy altanera, la
viejecita contesta tranquila y pausadamente: Claro que sí señorita, Bienvenida
a Cuba espero que los días que esté en la isla sean totalmente placenteros. La
Casa de Cambio se encuentra pasando por aquella puerta a mano derecha, dígame
una cosa: ¿Ya tiene donde hospedarse? He de admitir que su generosidad,
quebranto mi enojo y sonreí de nuevo agradeciendo su amabilidad.
Mientras espero en la fila para cambiar mis
pesos mexicanos a moneda cubana, medito sobre lo que acababa de ocurrir, tal
vez el incidente con el oficial migratorio fue algo aislado y que el resto de
las personas son muy amables con los turistas.
Después de 40 minutos llego al hotel y estoy
lista para mi primera reunión. Todo el resto de ese día no hablo de otra cosa
más que de trabajo. Llego a mi habitación alrededor de las 11pm totalmente
exhausta y duermo sin dificultades. El día siguiente transcurre todo de la
misma manera hasta después de la comida, donde se me informa que por órdenes
del Gobierno Cubano ya no pueden seguir trabajando conmigo… No puedo dar más
detalles acerca de lo que pasó en las siguientes horas ya que por la naturaleza
de mi trabajo es confidencial (de cualquier forma, trabajo es trabajo y es lo
de menos).
Son las 6pm y decido aprovechar el resto de la
tarde-noche para caminar por el centro y conocer un poquito de La Habana en
plan de turista. Camino y me maravillo por la antigüedad de los edificios y de
todo a mi alrededor, es cómo si hubiera viajado en el tiempo a los años 40´s.
El calor y la humedad son tremendos, seguramente la temperatura oscila cerca de
los 30°C. Sigo caminando y llego al Malecón, veo un policía y pregunto sobre la
Plaza de la Revolución, al parecer caminé en sentido contrario y ya estoy muy
lejos. Decido continuar por el malecón ya que la brisa marina es perfecta y
refrescante. En mi camino, todo mundo es amable, demasiado amables por saber
que soy turista. De pronto una de las personas que me encuentro en el camino,
se anima a entablar conversación conmigo.
Su nombre es Pedro, me pregunta si la he pasado
bien, me recomienda visitar otros lados en Cuba, se le ilumina el rostro al
saber que soy mexicana; en este momento yo ya sospecho de tanta amabilidad y
estoy a la espera en que me pida dinero para decirle automáticamente que no. De
pronto su tono de voz disminuye, casi susurra y me pregunta que si de
casualidad en mi mochila llevo algún artículo de limpieza que le pueda regalar:
“champusito”, jabón, pasta de dientes o papel higiénico. Su petición me deja
atónita y sin habla. Le explico que no llevo esos artículos en ese momento y
que mi hotel está muy lejos, ahora soy yo la que le ofrece dinero. A lo que el
mueve la cabeza negativamente y comienza a mirar por todos lados, temeroso de
que alguien haya escuchado o nos hayan visto.
Me pide que nos sentemos en una banca para no
levantar sospechas. Yo no puedo dar crédito a esta situación; sin embargo, me
siento y lo escucho:
-Mire mamita, su dinero no me sirve, en más si
me hacen una inspección y yo lo tengo me meten preso. La cosa acá es terrible,
por eso tengo que salir a la calle a pedir. Me da pena con ustedes que vienen a
pasarla bien pero no me queda otra para tener bien a mi familia, acá con el
calor mis niñas se llenan de piojos bien rápido y les comen la cabecita. Lo que
nos da el gobierno no es suficiente y discúlpeme la pena pero no tengo de otra.
Lo miro a los ojos y está apunto de derramar lágrimas.
Me provoca una conmoción que hace mucho no sentía y le contesto: Disculpe, la
verdad que no sabía que la situación estuviera tan mal, de haber sabido traigo
algunas cosas extras, pero le hago la firme promesa que si vuelvo lo tendré
presente.
-¡¿Regresar?! No regrese, allá en México lo
tiene todo. Mejor vaya a gastar su dinero a otro lado, acá el dinero del
turista sólo enriquece al Gobierno y a unos cuantos, pero todos acá somos
tontos, ¡unos tontos! Que no se quieren dar cuenta que un país socialista ya no
puede salir adelante, pido a dios que ahora que ya vino Obama nos libere de
esto porque de verdad no se puede. Mejor hágame un favor, si tiene conocidos o
familiares que vayan a venir, dígales que traigan jaboncitos extras, no muchos
por que se los quitan en el aeropuerto y ropita para los niños que nomás andan
en calzoncitos. Damita discúlpeme de nuevo y que la siga pasando bien, con su
permiso.
Sin más, se levantó y siguió su camino. Yo
seguía sin procesar por completo la plática. Pedro era aproximadamente de mi
edad o un poco más joven, en ningún momento le vi alguna facha de mendigo o pordiosero,
lo que si le vi fue la angustia al solicitarme PRODUCTOS BÁSICOS DE LIMPIEZA
PERSONAL. Yo permanecí sentada otros minutos más y con el ánimo por los suelos…
Me levanté e inmediatamente detuve a un taxi
para que me regresara al hotel, no dejaba de pensar en Pedro y en la triste
realidad que han de vivir todas esas personas. La realidad que muchos turistas
no ven o no conocen y que para ellos Cuba es más barato que Cancún, pero “feito”;
la realidad que no sale en las noticias o se publica en redes sociales. Supongo
que mi expresión facial no era la mejor porque el taxista me preguntó si todo
estaba bien o que si no había tenido algún contratiempo. No quise entrar en
detalles y sólo le respondí: acabo de conocer la verdadera Cuba, es triste.
El taxista, sólo suspiro y me dijo: que pena
que le haya tocado. Pero así son las cosas, uno tiene que ver cómo salir
adelante…
No pude dormir mucho, me la pasé repasando la
situación con Pedro y sintiéndome culpable de no haber llevado esos productos a
la mano. De alguna forma estuvo bien la falta de sueño, ya que tenía que estar
en el aeropuerto a las 4am. Durante el vuelo veo una película para despejar mi
mente (Concussion con Will Smith, muy recomendable); llego a la Ciudad de México
alrededor de las 9am y durante el trayecto al lugar donde vivo, veo a mi alrededor
y recuerdo el clamor popular por la contaminación, por el “hoy no circula”, por
el Gobierno, por el transporte público, por el metro, porque no alcanza, etc,
etc…
-Si supieran…